La velocidad del crecimiento de la red va a depender de los próximos acontecimientos político-económicos del país
Marco Kerkmeester es un neozelandés que hizo carrera en el ejército, cursó química en la facultad y trabajó por 10 años en IBM de Asia Pacífico en el área de marketing, pasando más tiempo en un avión que en cualquier otro lugar. Un día, en uno de esos viajes cansadores, se sentó al lado de una brasileña, también del área de marketing de una empresa de embalajes de perfumes.
Comenzaron a conversar y, nueve semanas después, se comprometieron y fueron a vivir juntos en Singapur y Australia. Como querían constituir una familia y Marco ya no se sentía bien con su trabajo, decidieron mudarse a Brasil, donde la familia de la esposa es numerosa y podría ayudar a criar los retoños.
Cuando llegaron acá, no sabían muy ven qué iba a hacer. Tenía en mente que podría actuar como consultor de marketing de forma independiente y ese le parecía el camino más natural. Y se preguntó ¿qué le daba placer realmente? Dos cosas le vinieron a la cabeza: estar en la naturaleza y convivir con personas espontáneas, transparentes. “La única persona con quien voy a pasar el resto de mi vida es conmigo mismo. Entonces, ¿dónde soy más yo?”, pensó.
Cuando estaba en Asia trabajando, siempre que necesitaba planificar, salía de la oficina e iba a una cafetería. “La cafeína ayuda a abrir la mente, es un lugar para hacer amigos y concretar negocios. Me gusta mucho el ambiente”.
Y, entonces, en agosto de 2003, con una inversión de R$1,3 millones, abrió su primera casa, Santo Grão www.santograo.com.br, de la glamorosa Oscar Freire, en São Paulo. Sólo había un problemita: no entendía nada de cafés. “Crecí en una estancia en Nueva Zelandia y mi madre tocaba la campana a las 10:00 y a las 15:00 para tomar nuestro café instantáneo. Sólo los domingos tomábamos café de verdad, junto a los amigos, que venían a visitarnos. Entonces, para mí, el café siempre representó aquel momento de parar, sentarse e intercambiar ideas”, filosofa.
Al abrir la cafetería, se preocupó por ofrecer lo mejor a sus clientes. Fue a buscar buenos cafés por Brasil y, en esa época, hizo el trabajo de coffee hunter, donde conoció excelentes productores. “El problema es que llegaba a la estancia, quería café bueno, pagaba bien, pero nadie había escuchado hablar de mí. Muchas veces, me expulsaban, creían que yo era algún gringo loco”, recuerda.
Conoció a Marcelo Vieira, de la Estancia Alfenas, en Guaxupé, y compró sus primeros 20 sacos. Después de algún tempo, participó de concursos promovidos por la BSCA, como degustador de café. Llegó a ser tapa de la Vejinha. “Sentí vergüenza en esa época, sabía que había degustadores mucho mejores que yo”, dice.
En esa época conoció a Fábio Ruelas, degustador de la BSCA y, después de su salida de la asociación, estableció una alianza que perdura hasta hoy, para que Fábio trajese los mejores cafés a Santo Grão. “Yo creo en ayudar a las personas a que se desarrollen, tenemos una cultura de integridad. La persona que atiende la mesa, no es un mozo, es un individuo que tiene sus particularidades. Sólo sabemos trabajar así”, enfatiza.
Solamente para Santo Grão, Fábio recibe 16 mil muestras de cafés especiales por año. Se prueban 50 tazas de café por día y, de esas, se aprueba solo el 4 %.
Por varios años, hicieron una alianza con Maruyama Coffees, empresa japonesa, comprando pequeños lotes de los cafés vencedores del concurso Cup of Excellence. “Queríamos que el brasileño probase sus mejores cafés, ya que hasta aquel momento, todos los mejores cafés iban para afuera, nada se quedaba por acá. Compré un café por R$ 4 mil el saco y mi mujer dijo que estaba loco. Pero fue un excelente negocio. Era un café de 93 puntos en la escala SCAA, vendimos cinco mil tazas a R$ 9,00 y facturamos R$ 45 mil en dos meses”, recuerda animado.
Cafés especiales brasileños
En la opinión de Marco, ni Brasil ni el mundo reconocen la potencialidad del café especial brasileño. “El café no es una planta política, es geográfica. Brasil es más grande que Ecuador, Colombia, Jamaica y tantos otros productores juntos. Tenemos tantos terroirs diferentes y eso todavía no fue totalmente asimilado. El productor necesita entender mejor qué planta combina mejor en qué terroir. Después de todo, no tomo un Pinot Noir de Bordeaux. Tomo un Pinot Noir de Borgoña. Pero sí voy a tomar un Merlot de Bordeaux. Entonces, es necesario comprender qué planta combina mejor en determinada región para que se pueda extraer la mejor bebida”, enseña. “Lo mismo tiene que ocurrir con nuestros cafés. Se necesita tiempo y coraje para probar, acá tenemos joyas escondidas. Y el mercado todavía no se dio cuenta de eso”, dice.
Crecimiento de la red
Hasta el momento, Santo Grão con ocho casas, venía creciendo de forma orgánica, sustentada, con financiamiento propio, sin terceros. El año pasado, facturó R$ 34,4 millones y este año, a pesar de la crisis, esperan crecer 12 %, principalmente, con la torrefacción. La red emplea 250 funcionarios directos. Cada una de sus unidades es administrada por un socio que comenzó como colaborador de la red. “Somos un café, pero nuestra mayor inversión, sin ninguna duda, es en educación. Queremos que todos quienes trabajan acá identifiquen quienes son en su esencia y que tengan coraje de expresar sus propósitos. Sólo así podrán crecer y nosotros también”, afirma.
Además de la icónica casa de la Oscar Freire, Santo Grão actúa dentro de la Livraria da Vila en los Shoppings Cidade Jardim, Higienópolis, Itaim, Morumbi, Moema, Vila Madalena y en Curitiba.
Marco reconoce que hasta el momento, no consideraba el modelo de franquicias para crecer. “Creo que no estaba pronto para eso. Pero ahora ya lo estoy. Quiero abrir unidades en otros continentes también y, para eso, necesito inversión. Pero todo va a depender de la evolución de la crisis brasileña”, finaliza.