Cómo, la producción de chocolate en la Tierra Indígena Yanomami puede ser una respuesta a yacimientos ilegales del oro
Una antigua historia indígena ubica el origen de la humanidad en la región que engloba al río Uraricoera. Al sonido de sus arroyos, que descienden de las altas montañas que separan Roraima (en Brasil) y Venezuela, nació Makunaima, héroe mítico que inspiró la célebre novela de Mario de Andrade. Hoy el Uraricoera y otros ríos que bañan las tierras habitadas por los indios Yanomami y Ye’kwana están contaminados con mercurio. Las comunidades indígenas tienen que recurrir a pozos artesianos, para poder obtener agua para beber, y pescan cada vez menos peces.
Hasta hace muy poco, un intenso movimiento de barcos y aeronaves mostraban la nueva explosión de minera que volvió a la tierra indígena después de haber causado la muerte por enfermedades de cerca del 15 % de los indios de la región, a fines de la década de 1980. La crisis mundial hizo subir el precio del oro mientras que el fracaso interno redujo el valor de la moneda brasileña. Todo esto sumado aumentó el apetito de los mineros ilegales, con apoyo velado del establishment político.
La comunidad indígena de Waikás queda a pocos kilómetros de un gran foco de minería, llamado «Tatuzão», por el tamaño del cráter abierto en la selva por una villa de cerca de mil personas dedicadas a separar el oro de aluvión de la tierra donde está impregnado. La devastación resulta de la deforestación (ahí, cerca de 300 mil m2), en la producción de lagos con bombas de agua y en el barro que ensucia los ríos al mismo tiempo en que el mercurio es usado para separar el oro de la tierra.
En julio, la evaluación de los órganos oficiales era que había cerca de 2 mil mineros infiltrados ilegalmente en la Tierra Indígena. Las organizaciones indígenas apuntan a 5 mil. En agosto, una operación conjunta de diferentes órganos del Estado brasileño, bajo el liderazgo del general del Ejército Gustavo Henrique Dutra de Menezes, denominada Curare IX, implantó bases permanentes de vigilancia en los principales ríos de la Tierra Indígena Yanomami para combatir la minería ilegal. La presencia de soldados en puntos estratégicos impide el abastecimiento por agua y también por aviones de forma ostensiva, asfixiando la actividad.
Según datos del comando militar en Boa Vista, hasta el 1 ° de noviembre, 1.830 mineros dejaron la región, reduciendo drásticamente la actividad, sin embargo, no se logró terminar con ella. En sobrevuelos realizados durante el mes de octubre, todavía pueden observarse campamentos, algunos buscando mantenerse debajo las copas de árboles para no ser vistos desde el aire.
Uno de los aspectos dramáticos de la invasión minera es que atrae jóvenes indígenas que buscan un ingreso de dinero, para la adquisición de bienes de consumo industrializados que se fueron convirtiendo en necesidades corrientes, desde ropa a celulares, pasando por ollas y alimentos. Además de sacar personas de la cultura tradicional, la adhesión a la minería acaba legitimando la acción de los invasores.
“Antes hacíamos trueque, nuestros abuelos necesitaban algo y lo obtenían por intercambio. No usaban dinero. Hacían trueques con canoas, flechas, arcos, etc. Los antiguos decían: no agarren dinero porque se volverán locos. Antes, cuando queríamos herramientas, hachas, sierras, limas, herramientas para hacer las canoas, también conseguíamos por trueque. Pero ahora, los jóvenes quieren otras cosas, más caras: nadie vive sin tener un celular, zapatillas y otras cosas de los blancos que se necesitan comprar con dinero», dice Felipe Gimenes, líder de Waikás.
Fue buscando alternativas no destructivas para la generación de ingresos adicionales para las comunidades que algunos líderes Ye’kwana se dieron cuenta que la selva ofrece otro “oro»: el cacao nativo puede servir de alternativa de ingreso para evitar que los jóvenes sean atraídos como mano de obra barata por la minería. El fruto del chocolate es endémico en el área, con referencias, incluso, en los mitos de origen Yanomami.
También llamado “fruto de oro”, el cacao es visto como un posible antídoto contra la invasión de la minería ilegal en la Tierra Indígena en el extremo norte de Brasil. Líderes de comunidades locales, tanto Ye’kwana como Yanomami, planean producir chocolate para el mercado internacional como alternativa de ingresos para que los jóvenes indígenas no tengan interés en colaborar con los mineros ilegales.
En julio, tuvo lugar en la aldea de Waikás un taller promovido por la Asociación Wanasseduume Ye’kwana, con apoyo del Instituto Socioambiental (ISA), para enseñarle a los indios de diferentes comunidades las técnicas de cosecha y procesamiento de los frutos del cacao para la producción de la materia prima para chocolates finos.
En esa oportunidad, algo histórico sucedió: se produjo la primera barra de chocolate de la historia de la Tierra Indígena Yanomami.
Del cacao a la barra de chocolate
Tradicionalmente, los indios de Roraima usan al cacao más o menos como los no indios comen el mamón papaya: comen la pulpa dulce y descartan las semillas. Los líderes locales pensaron en el valor de los chocolates finos en el mercado internacional y propusieron incluir el cacao nativo de sus bosques entre los productos indígenas vendidos en el mercado de las grandes ciudades brasileñas.
El resultado de la prospección fue mejor de lo que se pedía: al analizar las fotos de los frutos de cacao enviados por los líderes Ye’kwana, Roberto Smeraldi, director del Instituto ATÁ, notó que su formato era diferente al de todos los otros conocidos. Estudioso del Theobroma cacao (el nombre científico de la planta), intuyó que ahí podría haber una variedad pura, con gran potencial como producto diferente en el mercado de los chocolates finos.
Smeraldi sugirió una expedición a Waikás del chocolatero César de Mendes, un químico estudioso del cacao, que abandonó la carrera académica para convertirse en un pequeño empresario de chocolates amazónicos en 2010. Su abuelo era un judío marroquí que emigró a la Amazonia y ahí se estableció. «Soy 50 % judío, 25 % indio y 25 % ribereño», bromea. Desde pequeño, veía a mi madre preparar el cacao para consumirlo de una forma tradicional entre los ribereños, semejante a la que los primeros españoles encontraron al llegar a América Central a comienzos del siglo 16: ella producía una barra dura que después se raspaba y mezclaba con agua caliente y leche, en una infusión tonificante.
Desde que lanzó su marca, Mendes viaja por la región buscando variedades raras para hacer chocolates de origen exclusivo. En 2014, una comunidad ribereña del río Jari le mostró los frutos de sus árboles y el estudioso notó que tenían características únicas. Llevados para analizar en laboratorio, fue identificada como una variedad nueva, que el chocolatero ya presentó en encuentros en varios lugares del mundo.
Durante el viaje a la Tierra Indígena Yanomami, coordinada por el antropólogo Moreno Saraiva Martins, del ISA, César de Mendes constató, en torno de Waikás, que había dos variedades distintas, una con características que él también que son diferentes de todo lo que él conoce.
Además de analizar los frutos, el chocolatero dio talleres a los líderes de diversas comunidades Ye’kwana y Yanomami de la región, para enseñar a los indios a procesar los frutos y sus semillas para la producción de chocolates finos. Estaban presentes líderes y miembros de 14 comunidades indígenas de la región, siendo una Ye’kwana y trece Yanomami que hablan cuatro lenguas diferentes: la lengua ye’kwana, de la familia lingüística karib, y tres de las cinco lenguas de la familia lingüística yanomami. Los Ye’kwana y los Yanomami comparten parte de sus territorios, tanto en Brasil como en Venezuela.
Como los indios de la región tradicionalmente consumen solo la pulpa de la fruta, Cesar De Mendes les enseñó a realizar las cuatro etapas obligatorias de la producción del chocolate: cuándo y cómo cosechar los frutos; fermentar la pulpa junto con las semillas; secar las semillas; y aplastarlas ya secas para obtener el polvo. El proceso completo llevó diez días de julio, época de lluvias en la región norte de Brasil. Salir de la rutina y aprender algo nuevo y alentador fue como una gran fiesta intercomunitaria para los visitantes que fueron a Waikás.
Líder de la Comunidad de Korekorema y director de Hutukara Asociación Yanomami, Resende Sanõma estaba animado durante los trabajos: “Estamos muy felices porque Mendes nos está enseñando a trabajar con el cacao”. Resende bromea con la relación que ellos tienen con el chocolate: “Nosotros no sabemos hacer chocolate. Nosotros conocemos el Nescau, galletitas rellenas, pero no la producción del chocolate, que se hace del cacao que nace en nuestros bosques”.
Para los Yanomami de Korekorema, la generación de ingresos adicionales es particularmente estratégica. En 2017, ellos decidieron migrar de una región más alta, en Auaris, donde una gran concentración de comunidades generó un agotamiento de la caza, a orillas del río Uraricoera, fundando la nueva comunidad. La mudanza trajo beneficios, pero también amenazas: “Aquí hay más caza, pero también estamos con casos de malaria, a causa de los mineros. Y estamos preocupados porque el río está contaminado con mercurio. Esto hace que necesitemos de un pozo artesiano. Todo eso nos impone la necesidad de dinero para comprar cosas, que antes no precisábamos. Y el cacao, haciendo chocolate, puede darnos eso”, relata.
Al fin del viaje. César de Mendes llevó a Belém (PA) el cacao fermentado para probar su calidad para la producción de chocolate. La planificación acordada con los indios es que a partir de 2019, con un aumento gradual de la producción de chocolate será posible comenzar a explotar el potencial de un producto en barras. Pero antes de salir, Mendes produjo la primera barra de chocolate de la historia de aquellas comunidades, producida enteramente por ellos, desde la cosecha de los frutos hasta la degustación de un chocolate 70 %, como aquellas barras tan exitosas en el mercado de las grandes ciudades.
La vuelta de la minería y el “fruto de oro”
Cuando la expedición de Mendes llegó a la pista de Waikás, donde solo podría haber indios y personas autorizadas por las agencias oficiales del Estado brasileño, seis mineros, uno de ellos armado, monitoreaban la llegada. Durante los diez días siguientes se notaba un flujo constante de barcos subiendo y descendiendo el río, abasteciendo a las minas. Por lo menos un avión no autorizado usó la misma pista; otras aeronaves, incluyendo a dos helicópteros, pasan en dirección a las villas que concentran la mayor parte de los mineros ilegales del río Uraricoera. Los 5 mil mineros venían a ritmo creciente hasta la operación del Ejército en agosto.
A los 38 años, Júlio Davi Magalhães Rodrigues era un niño en la época de la gran invasión minera, a fines de los años ‘80. Él vio asombrado el sufrimiento de su comunidad, la rápida invasión de los extraños destruyendo a gran velocidad el mundo de sus padres y abuelos.
El impacto de aquellos años dejó en su generación la conciencia de que era preciso dominar el idioma y también la cultura de los blancos, aprender a enfrentarlos también en su campo.
Por eso, varios jóvenes Ye’kwana superaron las dificultades de la lengua y cultura para ir a la facultad. Júlio vivió en Boa Vista entre 2010 y 2015, cuando cursó la facultad de Gestión Territorial Indígena (GTI), en la Universidad Federal de Roraima. Otro líder de su generación, Osmar, hizo una Maestría en Antropología en el Museo Nacional, en Rio de Janeiro, bajo la orientación de Carlos Fausto. Como ellos, hay varios miembros de ese pueblo trabajando como agentes en la Secretaría de Salud Indígena (Sesai), desde que en los años 1980 los Ye’kwana se revelaron como excelentes microscopistas, en el trabajo de combate a la malaria. Son indios con diploma y smartphones en sus manos, que huyen al estereotipo del pueblo aislado, con pocos recursos materiales o tecnológicos.
Durante el curso universitario, Júlio ingresó en la Asociación del Pueblo Ye’kwana en Brasil (APYB). Los pueblos indígenas usan esas entidades para dar exposición y mayor fuerza a sus causas. Hoy es su presidente, lo que lo obliga a vivir entre periodos en la comunidad y otros en la capital.
Júlio y los indios ven todo con cierta cautela y, al mismo tiempo, esperanzados de que el proyecto cacao consiga en un futuro próximo a hacer frente a la tentación del oro. O como él dice: “Los jóvenes quedaron animados con los talleres. Ellos quieren tener un ingreso adicional. Hoy no vivimos sin ropa y otros bienes que llegan de las ciudades. Necesitábamos de un dinero además de nuestras actividades tradicionales. Ingresos para las familias. Y el cacao parece ser una posibilidad. Resultó importante este taller. Queremos continuar. Si todo sale bien, no necesitaremos ir a la ciudad para trabajar y ganar dinero. Lo vamos a ganar aquí mismo”.
Este reportaje fue realizado con el apoyo de la Unión Europea.
Por Leão Serva, colaborador do ISA
Fotos: Rogério Assis/ISA
Vídeo: Coi Belluzzo
Fuente: https://medium.com/hist%C3%B3rias-socioambientais/alternativa-cacau-6b8c3f3f8428