Su marca, Obaatian, en japonés, Té de la Abuelita, creada hace solamente cuatro años, es la única, en Brasil, dedicada a la producción de tés especiales
Iba a ser solamente otro entre tantos artículos que producimos en Grão Especial. Pero, la visita a la finca Shimada, en Registro, a 180 kilómetros de la capital, fue muy especial. Allí, pudimos conversar largamente con la brasileña, descendente de japoneses, Elisabete Ume Shimada, que, a los 87 años, decidió lanzar su marca de tés especiales, Obaatian, y en solamente cinco años, ya es un éxito internacional. “Por mucho, es el mejor té negro producido en Brasil”, afirma la sommelier de tés, Carla Saueressig, la mayor especialista del asunto en Brasil.
Su trayectoria es una linda lección de vida y, quien tiene el privilegio de conocerla, tiene también la obligación casi religiosa de pasarla al mayor número de personas posibles. Esto es lo que vamos a intentar hacer aquí.
Con su vitalidad y lucidez, ella nos contó a lo largo de una tarde de sábado sus historias de emprendedora, de superación, de fe y de mucho optimismo.
Brasil ya fue un gran productor de tés
Poca gente lo sabe pero, en el siglo pasado, Brasil ya fue un productor de tés relevante en el escenario internacional, gracias a la influencia de los inmigrantes japoneses.
Había innumerables productores, que se concentraban en la ciudad de Registro, conocida como la capital del té en Brasil.
En los años 70, había 40 fábricas de té, 1.500 productores y una producción de cerca de 10 mil toneladas por año. En los años 90, la calidad disminuyó, en parte gracias a la euforia de los productores en exportar. Pero la calidad del producto dejó que desear y, rápidamente, China y la India, tomaron el espacio que antes era ocupado por Brasil en el mercado internacional.
Cuando fue decretado el Plan Real, con la equiparación del dólar a la moneda local, exportar se volvió inviable y, una a una, todas las fábricas cerraron, excepto Amaya, la única que sobrevive hasta hoy.
Las plantaciones de té de la región de Registro fueron diezmadas y cambiadas por plátano y chontaduro, entre otros cultivos.
El té y los Shimada: todo comenzó con el padre
El padre y la madre de Ume Shimada llegaron de Japón, provenientes de la ciudad de Fukushima, en 1934. Según Ume, ellos no necesitaban venir, ya que trabajaban en la producción de la seda. Pero como la propaganda del gobierno japonés era muy convincente, decidieron inmigrar.
Cuando llegó, su padre fue designado para trabajar en una hacienda de café, en el interior de San Pablo. Pero, como nunca habían visto un planta de café en la vida, él y sus patricios, cuando fueron a recogerlo, dejaron todos los frutos en la planta y recogieron solo algunas hojas, como se hace con el té.
“El patrón se puso muy bravo. Pero, como ellos no entendían la braveza del patrón, por culpa de la lengua que no dominaban, el episodio no terminó en nada. Mi papá trabajó en esa hacienda tres años”, recuerda Ume.
Por culpa de las malas condiciones de trabajo, huyó para Registro en un coche de caballos, “halado por ocho caballos”, Ume insiste en aclarar. Y comenzó a trabajar plantando caña, haciendo aguardiente y melaza.
Cierto día, sufrió un terrible accidente en el alambique y tuvo quemaduras en la mitad del cuerpo. Fue desahuciado por los médicos. Pero un sabio coterráneo decretó que él tenía que tomar baño de lodo. “Y milagrosamente, sanó”, cree Ume.
Comenzó a plantar otras cosas, principalmente café, pero tuvo que desistir, por causa de la plaga. “Papá tuvo el cuidado de no quemar las plantas de café, simplemente los cortó y los sustituyó por la camellia sinensis, la planta del té”, dice. Esto era alrededor de 1950, después de recibir unas glebas donadas por el gobierno brasileño a los inmigrantes japoneses, como parte del acuerdo firmado entre los dos países.
Los seis hijos, ayudaban a su padre, pero la asistente preferida, tratándose del té, era Ume. “Mi papá trajo la semilla de té aquí para la finca, de donde yo no sé, y la sembró en la arena. Ese té brotó, lo colocó en unas latas y me escogió para recoger los brotes del té”, cuenta.
El padre de Ume inició la plantación de té y, gracias a las condiciones de clima y temperatura, funcionó tan bien, en poco tiempo, la familia montó una fábrica, llamada Té Oriente. Incluso llegaron a exportar el producto.
“Recuerdo que era muy bien hecho, todo manual. Yo era responsable en empaquetar el té en envases de 100 gramos. Y mi papá era un hombre inquieto, nada de demora, tenía que hacer lo que él pedía rapidito”, recuerda. “Después, él paró con el negocio del té y uno de mis hermanos lo asumió”, explica.
Como él tenía experiencia en trabajar con el gusano de seda, llamó a un hermano que todavía vivía en Japón, para montar una producción de seda en Brasil. Este hermano vino y trajo toda la maquinaria. Pero el negocio no avanzó, por culpa de la corrupción local. “Los fiscales estaban siempre contra mi papá, multándolo, incluso cuando no nada estaba mal. Él se puso muy bravo y cerró la fábrica de seda. Era un tejido lindo, recuerdo hasta hoy la falda que mi mamá tejió para mí”, recuerda Ume.
Después de casada, una temporada en la playa
Después del matrimonio, Ume y el marido decidieron ir a vivir en el litoral sur de San Pablo, en Itanhaém y, como le habían regalado una máquina de coser, durante los cinco años en que vivió por allá, su trabajo era la costura, actividad que había aprendido con su hermana mayor. “Comencé a coser y nunca faltó trabajo. Enseñaba, también. Llegué a tener más de 11 alumnos de una vez. Incluso daba diploma”, recuerda.
Para satisfacer sus proyectos, su marido construyó una casa grande para que funcionase como una escuela de corte y costura. Cuando quedó lista, Ume pensó que allí ya no era el lugar ideal para ofrecerles educación a sus hijos. “Frecuenté un colegio de monjas y estuve pensando que, en la playa, todo el mundo andaba casi desnudo. No era bueno para mis hijas”, cuenta.
Entonces, un día, mi hermano me pidió para que ellos regresaran para Registro, para cuidar de la finca.
Después de algunos años, comenzaron a plantar juncos para hacer esteras y sandalias e incluso llegó a comprar una máquina para hacer alfombras de 1 metro. Producía 11 alfombras por día.
“Pero, pasado algún tiempo, yo ya no estaba muy satisfecha. Pensé: mis hijas ahora están creciendo, tienen que estudiar en San Pablo. En una de esas coincidencias de la vida, un día, había ido a visitar a su mamá y escuchó a uno de los hermanos decir que estaba cansado de trabajar en la feria en San Pablo y que vendería su tienda. Volvió corriendo para su casa para contarle la novedad a su marido y preguntarle si él quería comprar la tienda de su hermano. ¡Y él aceptó!
“Trabajamos, mi marido y yo, cinco años en la feria, usando un camión viejo, que no tenía ni frenos. Pensé: estoy cansada de trabajar en la feria. Entonces, escuché que mi sobrina tenía una óptica y que iba a venderla.
Resultado: influenciado por su esposa, el marido compró la óptica.
Se mudaron para la misma casa donde estaba la óptica. “Pero yo tenía que atender en la óptica y hacer el trabajo de casa. Y mi marido, se quedaba allá, viendo la TV. Yo le dije que teníamos que encontrar otro servicio”, cuenta. Ume decidió hacer moti (pastel de arroz japonés) y los llevaron a la tienda Oriente, en Libertad, para venderlos. “A todo el mundo le gustó y no pararon más de encomendarlos. El moti nos dio bastante dinero, pudimos construir otra casa en la finca”, recuerda.
Llegó a tener cuatro máquinas de moti y entregaba el producto con un carrito de feria. Pero otros japoneses y descendientes también comenzaron a producir el moti, la competencia comenzó a aumentar y el negocio dejó de ser tan lucrativo. ¡Pero hasta hoy, su moti es recordado!
Después, el marido decidió volver para la finca que, en aquella época, estaba arrendada. Y Ume continuó en San Pablo por un tiempo. Después de vender todas las existencias de moti volvió para la finca.
Cuando llegó, lo encontró todo regado, y le dijo a su marido que solo se quedaba si ellos reformasen la propiedad. Comenzaron por el gallinero, después construyeron una cocina casi industrial. En esa época, trabajaron en la cosecha del té que era toda vendida para una fábrica local.
En una celebración de año nuevo, su hija menor trajo una fruta diferente y a Ume le encantó. En la misma semana, fue hasta la tienda de productos agrícolas Oliveira Barros para ver si tenían retoños de lichi para vender. Compró trescientos plantines.
El vendedor juró que, en tres años, la lichi ya iba a estar produciendo bastante. Pasados cinco años, nada de lichi. Llamó al comerciante y le dio un escándalo. “Usted es muy mentiroso, me dijo que iba a dar frutos después de tres años. Hasta ahora, nada. Voy a cortarlo todo”.
No fue necesario. Aquel año, los árboles se llenaron de lichi, las ramas gajos incluso se caían de tan pesadas. Resuelto un problema, Ume tenía, ahora, otro. ¿Cómo ella iba a vender la producción? En Brasil, nadie conocía la lichi, originaria de China. “Lo ofrecíamos y nadie lo quería. ¡Ellos creían que era una fresa dura! Nadie le daba valor. Decidmimos vender en los faroles de Vila Mariana. Pero, como nadie lo conocía, acabábamos dándoselo para que las personas lo probaran”, cuenta.
Utilizando un camión de carga, lentamente comenzaron a entregar en los pequeños supermercados de la región y, con bastante esfuerzo, la lichi entró en el gusto popular.
Como una auténtica pionera, fue la primera a plantar lichi en el Vale do Ribeira. Con el éxito de la producción, Ume tuvo que enfrentar otro problema: la seguridad. Durante la cosecha, ladrones invaden la propiedad para robarse la lichi. Tienen que pagarle a un guardia particular día y noche. “¿Qué gobierno es este que nosotros tenemos?”, pregunta.
A pesar de los problemas, la cosecha de lichi es un éxito, ya tiene más de 20 años y es totalmente orgánica.
Cómo recomenzó su historia con los tés
Los tés de Ume eran todos comprados por la fábrica Amaya. Pero, con la crisis, la empresa desistió de comprar sus brotes. Ella se puso muy triste, lloró, no sabía qué hacer.
Como ya no había más mercado, decidieron parar de cosecharlo por 12 años, tiempo suficiente para que la plantación de té fuese toda tomada por las malas hierbas, principalmente por un tipo de enredadera que cubre la planta desde la raíz.
“Mi hijo, que vive en Río Grande del Sur, vino a visitarme un fin de año y a ayudarme a recoger las lichis. Él decidió visitar la plantación de té y, al regreso, se encontró con un amigo japonés, Tomiko, que le preguntó de quien era la plantación de té.
Tomiko era una especie de Ungenio Tarconi de Registro y le avisó a su familia que había encontrado en un depósito de chatarra de la ciudad, dos máquinas de enrollar las hojas de té, esenciales para la fabricación, pero que tenían que ser recuperadas.
Ume fue a ver las máquinas en el depósito de chatarra y pensó que Tomiko estaba medio loco. Ellas estaban en pésimo estado. Ella no le creyó, pero el japonés estaba siempre animado. “Cómpralas que yo las arreglo”, le decía Tomiko. El dueño del depósito de chatarra le hizo un descuento y Ume compró las máquinas.
Tomiko recuperó la maquinaria en seis meses de trabajo. Y, mientras él arreglaba las máquinas, la familia, conjuntamente con tres estudiantes voluntarios de escuelas de la región, limpiaban la plantación de té, con la mano, “arrastrándose como una serpiente”, recuerda. “Yo misma maté dos serpientes venenosas. Fue un verdadero aprieto para limpiar las plantas de té. Pero lo dejamos todo bonito”, recuerda.
Todo el proceso es artesanal, que tiene inicio en la cosecha manual, donde son seleccionados solamente el brote y las dos hojas más jóvenes. El resultado es un té negro de color ámbar, con cuerpo y una suave astringencia, con aroma de miel y malta y sabor que recuerda a las frutas como lichi, melocotón y damasco.
El 1º de noviembre de 2014, fue inaugurada la fábrica que se llamaba solamente té negro de la finca Shimada. Solo más tarde es que se convirtió en el internacionalmente famoso, Obaatian, el Té de la Abuelita.
El día de la inauguración, un amigo probó el té y se propuso a ayudar a la familia a comercializarlo. Llevó el té al periódico Asahi Shimbum, principal periódico de la comunidad japonesa fuera de Japón, y cuarto dentro del país. Les gustó la historia e hicieron un reportaje emocionante sobre el té Obaatian. Y la historia de Ume y de su té se esparció por toda la colonia japonesa en diversos países. Y más que eso: su historia llamó la atención de empresarios de Japón, que la invitaron en 2015 para contar cómo fue el proceso de recuperación de la plantación en un evento internacional sobre el producto, el Japanese Black Tea Festival.
Ume volvió allá en el 2016 y 2017 e incluso ya recibió la visita del principal plantador de tés negros de Japón, Hirosato Goto. “Él se quedó casi un mes aquí y su visita fue muy importante para nosotros, una vez que nos enseñó muchas cosas”, cuenta.
Hoy, la hija Teresinha Shimada es responsable de la cosecha, conjuntamente con otros 10 empleados. Son 30 mil plantas de camellia sinensis, tratadas orgánicamente y recogidas manualmente. Ume, por culpa de un dolor en los miembros inferiores, ya no puede participar de la cosecha. Pero que nadie lo dude: continúa activa en todo el resto del proceso. “Es ella quien manda aquí”, dice el yerno, Aurelino Ferreira Cruz, Leo, el agrónomo de la familia. ¿Y alguien tiene el coraje de dudarlo?
La producción de la finca Shimada es de 450 kilos de té al año, un negocio que debe facturar, antes del fin del 2018, alrededor de R$ 150 mil. En este momento, están cosechando también una pequeña producción de tés blancos que, en breve, estarán disponibles en la tienda recién inaugurada en Aclimação.
Ya exporta para Japón, Inglaterra, Canadá y el mayor deseo de Ume, en este momento, es que la reina Elizabeth, de Inglaterra, reciba su té en el Palacio de Buckingham y se convierta en su seguidora.
El día a día
Ume continúa despertándose de madrugada, alrededor de las 3:30 AM, todos los días. “Me despierto, rezo, le pido a Dios que me dé muchos años de vida, porque aún tengo muchos planes. Yo adoro vivir, ¿sabes?”, expresa. Después hace su gimnástica diaria, toma su cafecito sin prisa, hace un poco de croché y … listo. Ahora es hora de trabajar. Va a plantar sus plantas, que por sus cuentas ya superaron la marca de 17 mil, cerrando un ciclo que comenzó de la misma forma, allá atrás, ayudando a su papá cuando solo tenía cinco años.
La tienda
El 1º de mayo de este año, su nieto Swan Yuki Hamazaki, considerado su brazo derecho, abrió una tienda de tés, Obaatian, el té de la Abuelita, www.obaatian.com.br al lado de la óptica de la familia, en Aclimação, en San Pablo, hoy bajo la dirección de su otra hija.
Yuki fue responsable del diseño, logotipo y envase del té Obaatian. En la tienda, es posible comprar paquetitos de té de 50 y 100 gramos, además de diversos accesorios para preparar la bebida.
Está en los planes de Yuki vender blends de tés negro y blanco, que deberán ser producidos por la sommelier de tés, Carla Saueressig, la mayor especialista de Brasil en este asunto.
Fotos e vídeos: Clodoir de Oliveira